Rebeca llevaba años soñando con volver a la casita del largo, esa casita que se encontraba perdida en algún lugar del valle. Y que desde que en su decimo verano la encontró, pasaba la mayor parte de las vacaciones de verano intentando dar con ella.
Este año, pero, iba a ser diferente, este año seguro que encontraba la casita del lago y no porque supiera dónde estaba, sino porque sabía dónde no estaba.
Tardo tres días y dos noches en encontrarla y allí estaba igual que la última vez, sólo que un poco más vieja. Corrió para llegar a la puerta y echar un vistazo en su interior, al entrar dio una vuelta sobre si misma para contemplar el interior: seguía amueblada, llena de polvo y en la mesa aún estaba el osito de peluche al que diez años antes había prometido que volvía enseguida.
- Hola Trabels
Empezó a recorrer la casa, recordando todos los rincones e imaginando como sería vivir en ella. Pasó un dedo por encima el fregadero y se llevo con él una línea de polvo que se plegó formando una bola mal hecha en la yema del dedo, se frotó con otro dedo para deshacerse de polvo y miró de soslayo por la ventana. Algo hizo que volviera a mirar pero esta vez con atención: había un pequeño embarcadero de madera en el lago, justo frente a la ventana, no lo recordaba, pero posiblemente eso fuera porque la primera vez que estuvo en esa casa no alcanzaba a ver por la ventana. Pero lo que realmente le llamó la atención fue que Trabels estaba sentado en él. Dio un giro seco con su cabeza para ver la superficie de la mesa y comprobar que Trabels no estaba en ella.
El corazón le dio un vuelco, había visto muchas películas de muñecos que caminan solos, pero nunca lo había creído posible. Volvió a mirar por la ventana y echó a correr hacia el embarcadero. “No puede ser, es imposible” estaba dispuesta a comprobar por si misma si Trabels se había movido solo o no.
Salió por la puerta, volteó el lado de la casa, bajó de un salto el pequeño nivel que separaba la casa del lago, pero cuando llego al embarcadero Trabels no estaba en él y oyó cerrarse violentamente la puerta de la casa.
Volvió a ella, y a medida que se acercaba reducía el paso, cada vez tenía más curiosidad, pero menos ganas de satisfacerla. Llego a la puerta de madera, agarró la cuerda que hacía de pomo y en ese momento oyó un fuerte golpe al otro lado de la puerta que le hizo gritar y echar su cuerpo atrás, después del golpe sólo se oían arañazos a la puerta, estaba tan asustada que no se atrevía a moverse, siquiera a llorar aunque tenía los ojos húmedos de miedo, las rascadas seguían y se acompañaron de un agudo sollozo de cachorro.
En ese momento recobró el valor para abrir la puerta. De la casa salió un perro que corrió unos metros y luego se paró a olfatear.
Ahora, tenía el corazón más tranquilo auqnue seguía notando el pulso en su cuello y aún le temblaban las mano “idiota”, bajó la vista y allí estaba Trabels, tirado en el suelo y algo mojado. Lo recogió y lo volvió a colocar sobre la mesa.
- Volveré pronto, Trabels, supongo que ya has hecho de esta tu casa, así que suerte.
Volvió a abandonar la casa para regresar a la parte turística del valle, y el perro la siguió primero corrió hasta ella con el rabo entre las piernas como si aun estuviera asustado de haberse quedado encerrado, luego empezó a corretear por el camino “si no tiene dueño le llamaré Trabels”.
- Hasta pronto Rebe, gracias por llevarte al baboso.
Este año, pero, iba a ser diferente, este año seguro que encontraba la casita del lago y no porque supiera dónde estaba, sino porque sabía dónde no estaba.
Tardo tres días y dos noches en encontrarla y allí estaba igual que la última vez, sólo que un poco más vieja. Corrió para llegar a la puerta y echar un vistazo en su interior, al entrar dio una vuelta sobre si misma para contemplar el interior: seguía amueblada, llena de polvo y en la mesa aún estaba el osito de peluche al que diez años antes había prometido que volvía enseguida.
- Hola Trabels
Empezó a recorrer la casa, recordando todos los rincones e imaginando como sería vivir en ella. Pasó un dedo por encima el fregadero y se llevo con él una línea de polvo que se plegó formando una bola mal hecha en la yema del dedo, se frotó con otro dedo para deshacerse de polvo y miró de soslayo por la ventana. Algo hizo que volviera a mirar pero esta vez con atención: había un pequeño embarcadero de madera en el lago, justo frente a la ventana, no lo recordaba, pero posiblemente eso fuera porque la primera vez que estuvo en esa casa no alcanzaba a ver por la ventana. Pero lo que realmente le llamó la atención fue que Trabels estaba sentado en él. Dio un giro seco con su cabeza para ver la superficie de la mesa y comprobar que Trabels no estaba en ella.
El corazón le dio un vuelco, había visto muchas películas de muñecos que caminan solos, pero nunca lo había creído posible. Volvió a mirar por la ventana y echó a correr hacia el embarcadero. “No puede ser, es imposible” estaba dispuesta a comprobar por si misma si Trabels se había movido solo o no.
Salió por la puerta, volteó el lado de la casa, bajó de un salto el pequeño nivel que separaba la casa del lago, pero cuando llego al embarcadero Trabels no estaba en él y oyó cerrarse violentamente la puerta de la casa.
Volvió a ella, y a medida que se acercaba reducía el paso, cada vez tenía más curiosidad, pero menos ganas de satisfacerla. Llego a la puerta de madera, agarró la cuerda que hacía de pomo y en ese momento oyó un fuerte golpe al otro lado de la puerta que le hizo gritar y echar su cuerpo atrás, después del golpe sólo se oían arañazos a la puerta, estaba tan asustada que no se atrevía a moverse, siquiera a llorar aunque tenía los ojos húmedos de miedo, las rascadas seguían y se acompañaron de un agudo sollozo de cachorro.
En ese momento recobró el valor para abrir la puerta. De la casa salió un perro que corrió unos metros y luego se paró a olfatear.
Ahora, tenía el corazón más tranquilo auqnue seguía notando el pulso en su cuello y aún le temblaban las mano “idiota”, bajó la vista y allí estaba Trabels, tirado en el suelo y algo mojado. Lo recogió y lo volvió a colocar sobre la mesa.
- Volveré pronto, Trabels, supongo que ya has hecho de esta tu casa, así que suerte.
Volvió a abandonar la casa para regresar a la parte turística del valle, y el perro la siguió primero corrió hasta ella con el rabo entre las piernas como si aun estuviera asustado de haberse quedado encerrado, luego empezó a corretear por el camino “si no tiene dueño le llamaré Trabels”.
- Hasta pronto Rebe, gracias por llevarte al baboso.