viernes, 27 de agosto de 2010

Lee entre líneas


Me gustaba esa biblioteca por estar aparatada del pueblo, por representar la tranquilidad que se supone que debe haber en ellas y sobretodo me gustaba observar el misterioso encargado, su aspecto juvenil contrastaba con los años que mostraban tener las paredes con el yeso humedecido y los estantes agujereados por las colonias de termitas del lugar.
No solía ir mucha gente, la mayoría prefería ir a la nueva biblioteca que hasta tenía una cascada en el centro encerrada en una columna de cristal para que la humedad no maltratara los libros; yo prefería el adorno de la nostalgia que encerraba la vieja librería.
Acaricié suavemente con la yema del dedo índice los lomos de los libros perfectamente encajados en su estante, me detuve en uno, lo saqué de su sitio y miré al encargado:
- Debes de tratarlos muy bien… - Bajé la mirada al libro y me fijé en el titulo- dicen que los libros son muy orgullosos, que si los dejas nunca vuelven.
Él sonrió y se esforzó por esconder ese reflejo llevándose un dedo a los labios:
- Sssh! Aunque estemos solos sigue siendo una biblioteca.
Me acerqué al mostrador tras el que se escondía y entregué el libro:
- Me llevo éste.
- No está en préstamo, ¿ves la pegatina roja? Indica que es un ejemplar de consulta. Fuera de préstamo. –luego añadió dudoso- creía que se habían llevado todos los libros de consulta a la nueva biblioteca…
- Qué puntería la mía… Entonces, ¿tendré que venir aquí a leerlo?
- Exacto.
Al salir de la biblioteca me deshice de la tira de pegatinas rojas que llevaba en el bolsillo, el corazón me latía nervioso... “me encanta la vieja biblioteca”.